sábado, 26 de diciembre de 2009

Rudimentos de organización sindical.




Un poema de Jorge Riechmann, perteneciente a su libro El día que dejé de leer El País, uno de mis favoritos de su producción poética, muy adecuado para estas fiestas navideñas que vivimos.

SANTA CLAUS, 1993

Cada día desde hace dos semanas
lo encuentro en la misma acera
cuando voy al trabajo. El payaso de rojo hiriente,
la barba postiza, los ojos humillados.
Cuando hace mucho frío
se refugia unos momentos en la peluquería
que le paga. Su trabajo es dejar acercarse
la Navidad en esa esquina
sin oponer resistencia,
recordar a las gentes la alegría coactiva,
la obligación de comprar.
Centinela del consumo: me despiertas la rabia.
Pero enseguida pienso
que entre los tres o cuatro millones de parados
tú al menos has logrado faena para un mes.
Me gustaría saber cuánto te pagan.
Soñar con rudimentos de organización sindical
para estos santaclaus de alquiler
es ya disparatar, y me arrepiento.

JORGE RIECHMANN (1997)

lunes, 21 de diciembre de 2009

En tanta muerte.



Mis queridos amigos, los poetas Dolors Alberola y Domingo F. Faílde, me obsequiaron este otoño con algunas de sus últimas entregas poéticas, que no quisiera dejar de señalar antes que acabe este funesto 2009.

Empezaré por Las sábanas del mar, de Domingo F. Faílde, extraordinario poemario de amor, editado en ya desaparecida Colección de poesía Ancha del Carmen. Malos tiempos para la literatura; disolución de la Fundación Municipal de Cultura de La Línea, superviviencia a duras penas del Aula de Literatura José Cadalso, y recientemente, la supresión del programa madrileño de lecturas Poetas en vivo, sobre lo que pueden tener más información en El callejón del gato.

Pero, afortunadamente, nos quedan poemas de amor como el que les dejo: vida que torna muerte sin la mirada de quien se ama, vida ante tanta muerte que cotidianamente nos invade.


MUNDO ANTES

Con la marea, el suelo se ha cubierto de algas.
El poniente detrás, vamos andando
por la remota orilla de la tarde, ya lejos
los montes de olivar, los naranjos, las flores
de aquella vieja infancia que se nos fue rompiendo.

Al sur, entre los mares
donde Europa declina sus almenas
y el farallón del Atlas pone muro a los ojos,
recorreremos el tiempo, más allá de sus nombres,
como un cementerio que sea sólo memoria.

Un rayo de cristal rompe las nubes
y el sol se precipita sobre el agua.

Entonces, amor mío, cómo pesa la vida,
¿la vivida? No, la que ardiera
sin vivir, sin haberte conocido ni amado.
Entonces, cuando ayer, en tanta muerte.