Me dijiste que tal vez, que quizás era
posible. Fijaba la mirada en la cánula, en cómo el espeso líquido amarillento, se iba disolviendo. Y tú hablabas de poemas de Ashbery que tenías anotados en
viejas libretas de hojas amarillas y de cómo el viento había violentado tu
sexo. También dijiste que el estrecho camino, aquel que recorríamos cuando
bajábamos de noche a la playa en invierno, estaba oculto por cadáveres de
caballos. Y que hacías cuanto podías, pero las venas estaban desgarradas por el
espanto. Y aquellos vinilos cuyas canciones olvidé, donde guardabas las
fotografías de Nebreda. Y basta, basta ya, dijiste, basta ya, corazón.
miércoles, 9 de mayo de 2012
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