sábado, 1 de mayo de 2010

Pan o Cieno.




Domingo F. Faílde.


Más que por talento, sino por perseverancia, tras aproximadamente veinte años leyendo libros de poemas, me puedo atrever a decir, -y perdónenme  la arrogancia- sé cuándo me encuentro ante un gran libro de poemas. Y La sombra del celindo de Domingo F. Faílde, no es un gran libro de poemas, es un enorme libro de poemas. Un libro que contiene entre sus tapas la existencia de un hombre, desde su niñez, hasta su juventud y lucida madurez. Un libro, que mucho me temo, ha pasado, injustamente desapercibido.

Como es costumbre, transcribo uno de los poemas de La sombra del celindo. He de decir que sólo un poema es elegido para dicha labor, pero con este libro, me ha sido infinitamente complicado quedarme con un único poema. En el elegido, el poeta canta a la joven madre retratada en una vieja fotografía que encuentra en su madurez.

Gracias Domingo por escribir La sombra del celindo.


EL POETA CONTEMPLA UNA FOTOGRAFÍA
DE SU MADRE

                                A Dolores García y García-Espantaleón,
                                mi madre.  


En una tosca mesa, junto a un ramo de flores
marchitas por el tiempo, que no renueva nadie
-alrededor, reliquias
y otras memorias del camino andado-,
una fotografía parece contemplarme.

No es verdad. La muchacha
fija la oscuridad de sus ojos clarísimos
en un lugar perdido del estudio.
Estas fotos antiguas son así: un decorado
y el dedo del artista que conmina
mire hacia allá, señora: y la mirada
de sus ojos azules se clava en la penumbra,
en alguna ventana morisca, o simplemente
bucea en su interior buscando un sueño,
como el naúfrago busca una almadía.

Es mi madre. Perfecta. Como un mármol purísimo,
envuelta en los encajes de su mantilla negra.
Derrama lozanía, tal derrochando auroras
cuyo perfume impregna los muebles de la estancia.

Desde la estatua de su edad, presiento
que es a mí a quien contempla,
y un halo melancólico se enciende en su figura.
Ochenta son sus años,
pero ella, frente a mí, con su descaro
de adolescente hermosa, se burla de mis canas
y gasta alguna broma sobre el modo
en que me voy haciendo pasto para la historia.

Por un instante, pienso
que el calendario envuelve en sus hojas caducas
aquella primavera que, arrogante, pervive
mientras voy navegando en mis cenizas
y regreso a la isla virgen de su belleza.

DOMINDO F. FAÍLDE (2006). 


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