Los muertos caminan de la mano, con las cicatrices cosidas con viejo hilo de plata. Y un niño juega en la madrugada fría, en la oscuridad del grito, sobre el suelo húmedo de febrero, bosque de caminos que él sólo conoce y conducen al amanecer de la muerte. Pequeñas manos que sostienen crías de rata de suave pelaje, y unas gotas de sangre empapan las páginas de Sebastian in traum.
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