

Soy un caballo (Thomas Van Cottom / Aurélie Muller).

Françoiz Breut.

Françoiz Breut.
A veces uno es afortunado. Porque se le cruzan en el camino artistas que admira desde hace años, y sin esperarlo, aparecen a 22 km de donde uno reside. Me refiero al concierto al que pude asistir la pasada noche del 2 de abril de
Françoiz Breut y los para mí desconocidos,
Soy un caballo, grupo belga, que fue un maravilloso descubrimiento.
El recinto donde se celebró el concierto es pequeño, el salón de actos de la Politécnica de
Algeciras, aunque se llenó casi totalmente.
Soy un caballo es un dúo belga formado por
Thomas Van
Cottom y
Aurélie Muller. Sólo han grabado un disco,
Les heures de raison. Se trata de
pop acústico, delicado,
con dulces arreglos de
xilófono que interpreta
Aurélie, y suaves intercambios vocales de la pareja.
En directo la cosa cambia ligeramente.
Thomas cambió la guitarra acústica por la eléctrica y se encargó de las programaciones y
Aurélie del
xilófono y el bajo,
sumándoseles un batería, instrumento que apenas aparece en su primer
CD. El resultado fue que las canciones, siguiendo siendo evanescentes y dulces, ganaron en una mayor dureza,
pop, obviamente;
Thomas y
Aurélie llegarón a alcanzar momentos de mucha intensidad, cantando a dúo, y la eléctrica y el
xilófono acompañados por una batería elegante pero intrépida a un tiempo. Dignas de señalar las miradas de complicidad entre
Thomas y
Aurélie, que son pareja, y se les nota en sus miradas de enamorado cuando la música que han creado fluye entre ellos.
Tras un breve descanso, la heredera de la
chanson:
Françoiz Breut. Bella y elegante, pelo largo, y sobriamente
vestida con un
estilo indie existencialista fránces; camisa negra,
minifalda negra, medias negras y botines de piel negros. Elegante, bella y sobria.
Su nuevo disco
A l´aveuglette (2008), iba a ser el principal objeto del
set list. Con
una de las canciones de éste comenzó su concierto.
Françoiz Breut se encargaba de
samplers varios, acompañada de un guitarrista y un
bateria. Ya desde el principio, aunque el trio sonaba
perfectamente engrasado y envolvían con su sonido, se echaba en falta un bajista para terminar de configurar la sección rítmica, y algunos músicos de apoyo para completar los arreglos profusos de las canciones de
Breut,
xilófonos, teclados, algún que otro viento.
Pero
François estaba allí con su voz y su saber estar encima de un escenario. Esa voz preciosa y sensual y a un tiempo potente que le permite cantar separada 20 cm del micrófono; esa figura frágil y delgada que balancea sus rodillas al ritmo de la batería, esas manos que trazan dibujos y
balanceos en el aire. La
chanson estaba allí.